martes, 19 de febrero de 2008

Soul / Trabajo Inédito



Durante años, fui poseída por una enfermedad incurable. Encogida, yacía en mi cama. La cara se me cubrió de una sombra extensa, en que cada rasgo se difuminaba por el contacto con el dolor que agudo, penetraba músculos y nervios, haciendo estallar mi conciencia en una red de vertiginoso asombro.

Mis padres se paseaban al lado del lecho. Su vaticinio era claro: no había remedio alguno que parara la causa de esos síntomas tan despreciables: estaba condenada a la marginación y la soledad.
Sólo podía aparecer de vez en cuando, muy abrigada, en el comedor, los días con sol y cuando la polución no fuera muy intensa, de esa manera podía reunirme con la familia, que ejecutaba extrañas contorsiones a mi lado, al verme pálida y ojerosa Intervenir en el núcleo de su interioridad, como una ráfaga que aglutinara sus densas zonas críticas en una metáfora inesperada y molesta se convertía en un espectáculo que los abatía a unos más que a otros. Era una carga que venía a representar su falla geológica, el síntoma de una traición a la perfección de sus gustos, sus deseos y expectativas. Pero sabían que la visita era corta, eso suspendía su pesar por un rato.
¿Creerían que a veces también ocasionaba placer?
Mi respiración asmática quebraba el silencio de la mesa, sílaba que anunciaba el mal tiempo, el dilema corporal luchando por mantenerse de pie. Temían, más que yo, el ataque, su temblor, la búsqueda del aire por varios minutos insuficiente o nulo, ventana que cerraba de manera tenaz sus batientes. Dejando tras de sí el esfuerzo del cuerpo que palpitara con poca intensidad, indeciso en el pasaje desde la nada al ventisquero doliente del amanecer, seco, húmedo, como recién adquirido. El paisaje era el producto de una conquista del pulmón y de los bronquios cuya última terminal era la boca, apenas la nariz.
Digo que a ratos sí, el placer componía la estructura del paisaje, en una ramificación extraña y en apariencia exánime, que vertebraba la vida de esas poluciones cuya trama y textura se verificaban allí, en los miembros de la familia y en sus invitados, en la zona del comedor y en la sala de estar. A esta última iba yo sólo en variadas ocasiones, cuando podía transitar mejor por el comedor y después de tomar uno de los pocos baños que se me permitían.
Al living, llegaba secreta y segregada, muchas veces cuando la casa estaba sola. El living se guardaba para la gente importante, para las reuniones de negocio, las discusiones políticas, asuntos que rozaban la vida pública, en la que yo no participaba. Intentaba escuchar desde mi cuarto algunos restos de frases, intensas, airadas, dotadas de una cierta pasión. Con ellas además de alguna información sobre asuntos políticos y económicos, proporcionados por revistas y diarios que leía cuando restablecía para mi cuerpo una cierta franquicia de paz,. Entonces, con respiración segura y pausada, componía un mosaico inexacto que me hacía sentir habitante de una historia
Pues cuando mis órganos y mi psique se adecuaban a funcionar de modo paralelo, hallaba una cierta forma de morar el afuera. Coincidía con una veta humana, la calma se restablecía, yo era un animal exangüe, tranquilo. Habitaba una pausa indiscreta entre la vida y la muerte.
En mis peores días, durante la adolescencia, requerí de una enfermera. Tuve dos, las que turnaban su aparición, para poner vendas calientes en mi pecho y con especial cuidado sobre mis ojos. Permitían, así, el paso de la luz que tenue me entregara las formas iniciales del día.
Así mi manera de entrar a la sociedad, se dobló, entró por un pasadizo curioso y se curvó. El otro me era inaccesible: mi propio dilema por ser, por abrirme paso a la voz, al habla, lo derivó a un lugar secundario y refractante.
Una blanca camisa me cubrió las rodillas y llegó hasta mis pies. Su tela era diestramente porosa, así me fue posible dimensionar los tramos y sus desniveles agudos y constantes.



1 comentario:

Eugenia Prado Bassi dijo...

querida Eugenia

Me encanta el nuevo trabajo que estás escribiendo, felicitaciones, será un gran libro,

un abrazo
eugenia